Siguiendo con el tema tratado en el ultimo encuentro comento que,
lo que comienza
como un pensamiento, rápidamente se convierte en palabra. Y al pronunciar la
palabra lleva toda la fuerza tanto de nuestro pensamiento, como de nuestra
emoción, convirtiéndose en un arma dañina o en un bálsamo de paz.
Nunca en
suficiente la atención que le ponemos a las palabras que emitimos. A la carga
que llevan. Pueden mostrar limpiamente lo confundidos que estamos, o cómo nos
negamos nosotros mismos a ver una realidad que nos destruye. Pueden mostrar
cómo nos aferramos a viejos sueños, carencias o anhelos de la personalidad,
confundiendo nuestros deseos con lo que nuestro Ser desea vivir y además
encontramos argumentos que nos justifican.
Si ponemos
consciencia a nuestra forma de hablar, o si guardamos silencio para
escucharnos, nos podemos dar cuenta del
dolor emocional que sentimos por las
palabras de alguien hacia nosotros y si perdemos la consciencia del momento, saldremos con nuestras palabras a juzgarlo para mitigar nuestro dolor, en lugar
de comprender, perdonar y ayudar o dejarle vivir el resultado de sus propias
palabras. Hay palabras que uno no desea oír, tal vez porque llevan la verdad o
nos harán ver, intuir, que estamos equivocamos. Es nuestra libertad,
escucharlas o no. Como es nuestra libertad
aprender o no. Pero será nuestra responsabilidad aceptar las
consecuencias que ello comporte.
Las
palabras nos dicen claramente como es la persona que oímos hablar, que le pasa,
como están sus emociones, pero también
nos dicen claramente como están nuestras emociones, que nos pasa a nosotros.
El poder
de la palabra es un tema largo y lleno de enseñanzas. Es el sonido con el que
nos envolvemos. El que nos eleva o nos rebaja. Nos limpia o nos ensucia.
Avanzamos o retrocedemos.
Sino fueran
importantes no las tendríamos como forma de comunicación.
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