Cuando
pensamos en regresar al hogar, lo primero que nos viene a la mente es una casa,
nuestra casa, con todo lo bonita que queramos que sea, es el lugar deseado,
confortable, acogedor. Hay personas que se sienten muy enraizadas en la casa y
el lugar en que viven. En cambio hay personas que no han encontrado su lugar
donde vivir, que van de una mudanza a otra. La primera intención es poner la
mirada en el exterior.
Sin
embargo el regreso al hogar no es exterior, sino interior. Es la apertura del
corazón, el regreso a un modo de vida que ya existió y volverá a existir,
basado en los valores del amor, no un amor sentimental o romántico, sino incondicional con toda la sabiduría que ello
representa; la sinceridad, la
honestidad, la integridad, la compasión, la libertad, la educación, el
bienestar, la salud, el respeto, el conocimiento, a una muerte digna en paz y
sin dolor, a la valentía y tantos otros atributos
que pudiera añadir.
Es el
derecho y la libertad de ser nosotros
mismos, de reconocernos en quienes realmente somos, a nivel humano y divino. A
reencontrarnos con nuestra esencia espiritual, con nuestro Espíritu y nuestros
guías e instructores. A fundirnos y sentirnos parte de la naturaleza, parte del
planeta. A honrar nuestros ancestros y darles la paz que quizás en vida no
tuvieron y que nos afecta en nuestro presente.
Es
regresar en conciencia al reino del Padre y la Madre del que un dio salimos
para ser exploradores en el planeta Tierra.
Cuando
sentimos las primeras aperturas del corazón, nos inundamos de emoción y amor,
luego poco a poco se va haciendo camino. No es ni será de golpe, aunque siempre
habrá alguién para guiar, para facilitar el encuentro. Entonces nuestro hogar
es y será allá donde estemos, sea el lugar que sea. No importa si en China o en el Artico, en el
desierto, en el campo o la ciudad. Nosotros somos el hogar y el hogar va con
nosotros.
María Angels
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